sábado, 22 de octubre de 2011

La mano disecada

El escritor francés Guy de Maupassant es reconocido principalmente por sus cuentos sobre locura, alucinaciones, aventuras amorosas y terror, en los cuales muestra mucho de su tormentosa y enfermiza vida en un estilo ágil, nervioso, en el que se cuestiona constantemente sobre la muerte y lo sobrenatural. A continuación uno de sus cuentos, "La mano disecada".



LA MANO DISECADA



Un amigo mío, Luis R., tenía reunidos en su casa una noche, hará cosa de ocho meses, a varios camaradas de colegio. Bebíamos ponche y fumábamos, hablando de literatura y pintura y contando de cuando en cuando anécdotas jocosas, como es habitual en reuniones de gente joven. Se abre súbitamente la puerta y entra como un vendaval uno de mis buenos amigos de la infancia:
-¿A que no adivinan de dónde vengo? -exclamó en seguida.
-Apuesto a que vienes de Mabille -contesta uno.
-¡Caray! Vienes demasiado alegre; acabas de conseguir dinero prestado, has enterrado a un tío tuyo o has empeñado el reloj -dice otro.
-Estabas ya borracho, y como te ha dado en la nariz el ponche de Luis, has subido a su casa para emborracharte de nuevo -contesta un tercero.
-No dan en el clavo; vengo de P., en Normandía, donde he pasado ocho días, y traigo de allí a un gran criminal, amigo mío, que les voy a presentar, con su permiso.

Y diciendo y haciendo, sacó del bolsillo una mano disecada. Era una mano horrible, negra, seca, muy larga y como si estuviese crispada; los músculos, extraordinariamente poderosos, estaban sujetos, interior y exteriormente, por una tira de piel apergaminada; las uñas amarillas, estrechas, cubrían aún las extremidades de los dedos; todo aquello olía a criminal desde una legua de distancia.

-Verán -dijo mi amigo-. Vendían hace unos días los cachivaches de un viejo brujo, muy conocido en la comarca; todos los sábados iba a su aquelarre montado en su palo de escoba, practicaba la magia blanca y la magia negra, hacía que las vacas diesen leche azul y las obligaba a llevar la cola igual que el compañero de San Antonio. Lo cierto es que aquel tunante sentía gran apego hacia esta mano; aseguraba que había pertenecido a un célebre criminal que fue ajusticiado el año mil setecientos treinta y seis, por haber tirado de cabeza a un pozo a su mujer legítima, en lo cual no creo que anduviese descaminado; después ahorcó del campanario de la iglesia al cura que los casó. Realizada esta doble hazaña, se lanzó a correr mundo, y durante su carrera, corta pero bien aprovechada, desvalijó a doce viajeros; asfixió, ahumándolos, a una veintena de frailes, y convirtió un monasterio de religiosas en un harem.

-Y ¿qué vas a hacer con esa monstruosidad? -gritamos todos a una.
-¿Qué? Verán. Voy a ponerla de tirador de la campanilla de la puerta, para asustar a mis acreedores.
-Amigo mío -dijo Henry Smith, un inglés grandulón y flemático-, en mi opinión, esa mano es carne de indio, conservada por un procedimiento nuevo; te aconsejo que la hiervas para hacer caldo.
SEGUIR LEYENDO...


No hay comentarios:

Publicar un comentario